Tengo días en los que me quiero morir. En los que abro los ojos y lo primero que pienso es ¿a ésto viene uno al mundo?, ¿a perder de a poco lo que ama?
A veces me sorprende que la gente no me mire horrorizada. Que no pegue un grito y salga corriendo a buscar refugio. Pero no, la gente no se asusta porque aunque a mi me parezca ser transparente, llevo el destrozo por dentro, dónde nadie lo ve: por fuera mi nariz sigue estando en el mismo lugar, sigo comprando naranjas en el súper, o esperando el colectivo en la parada. Ésta es la vida ahora: todo parece igual y sin embargo nada lo es.
Porque nunca volveremos a ser los mismos.
Porque nunca volveremos a estar completos.
No tengo ganas de ser poética. Sólo quiero decir que la estoy pasando como el orto. Quiero enojarme con alguien. Quiero echar culpas. Romper cosas. Quiero odiar. Y maldecir. Quiero apagarme para que no me duela más el alma, el cuerpo, la noche, tu silencio.
Pero no tengo derecho, ¿Cómo voy a odiar yo? Yo que estoy aquí. Que estoy sana. Que estoy salva. Que estoy con ellos. ¿Cómo voy a odiar yo si vos amaste con bravura aún en la enfermedad, aún en el dolor?
Yo me quedo con tu pelo y tu carcajada al viento. Nada más.
Te quiero hoy. Ahora. Todavía.
Te querré siempre.
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