martes, 19 de agosto de 2014

Top 10 de gente que me cae mal




1. La que me habla en los aviones. Hola, los headphones tienen una función. El único motivo posible para que me hagas señas de que me los saque, es que te estés atragantando con un pedazo de pollo y necesites que llame a la azafata, o que te haga una traqueotomía con la lapicera que llevo para completar el formulario de la AFIP.

2.Las mujeres que viajan todas emperifolladas aún cuando saben que cuando pasen por el detector de metales se van a tener que sacar todo y demorar al resto de la fila.  #inyecciónletal.

3. La que usa eufemismos. Sobre todo para putear. Si te parece que que algo es "al pepe" y que una determinada persona es "medio papa frita", a mi me parece que conocerte es "al pedo" porque sos "medio pelotudo". El español tiene muchos sinónimos para cada palabra. Usálos. Si vas a putear, bancátela. 

4..Las minas que salen con tipos casados.

5.Los tipos que salen con minas casadas.
6. Las "amigas" que te dicen cosas "por tu bien" (pero no es verdad).

7.La gente que se sacan fotos en perspectiva para que parezca que tiene la torre Eiffel en la palma de la mano, o que empuja la torre de Pisa. etc.

8.Jim Carrey, pero sólo como actor de comedia. En drama me encanta. 

9..La gente que postea selfies con cara de pato, haciendo el signo de la paz con los dedos, o en pose sexy. (Son primos de los que se sacan fotos en perspectiva)

10. Éste flaco (ajjjjjj)


jueves, 7 de agosto de 2014

Cosas

(playa en Okinawa)


1. En ropa interior, la única respuesta es 100% algodón.
2. Si un pantalón no cierra, no cierra.
3. Los domingos a la tardecita son una hija de putez.
4. Me gusta mucho cantar pero no lo hago adelante de otra gente.
5. Lo que más me gusta en la vida es viajar.
6. Me encanta el cine y miro la mayor cantidad de películas que puedo.
7. Si no me baño a la mañana no me puedo despertar, y si no me baño a la noche me da asco meterme en mis sábanas limpias. 
8. Me encanta cocinar cosas ricas, poner flores en la mesa y prender velas por toda la casa para recibir a mis amigos. 
9. Por más que uno quiera, "para siempre", pocas veces es verdad. Soy consciente de ello y por eso cuido mucho mis vínculos.
10. No me gusta la gente que usa la sinceridad como excusa/sinónimo para la crueldad.
11. No puedo ser amiga de alguien que es miserable o deshonesto.
12. Quiero que me salga hacer el moon walking de Michael Jackson, pero no lo consigo.
13. Cuando mi marido dice "ahora lo hago", miente descaradamente.
14. La paciencia no está entre mis virtudes.
15. AMO el otoño.
16. Sueño despierta gran parte del día, tipo JD de Scrubs. Yup.
17. Estoy convencida de que Wes Anderson y yo seríamos re amigos (si no fuera porque yo gusto de él).
18. Soy autoexigente e insegura. Ambas cosas me hacen sufrir pero hasta ahora no las pude cambiar.
19. Cadena perpetua para la gente que ensucia los lugares públicos.
20. Cuando tenía diez años, inventé una canción: le puse música a mi número de documento y le agregue una estrofa que me da vergüenza. Todavía la canto internamente cuando estoy nerviosa, o me tengo que aguantar el pis (por ejemplo en el colectivo ). Juro que concentrarse en otra cosa funciona en ambos casos. Jamás se la voy a cantar a nadie.
21.No puedo ver una falta de ortografía o una puerta entornada.
22. Me gustan muchos escritores japoneses (sobre todo Mishima y Kawabata pero también otros como Oé, Ishiguro y Murakami). Me encantaría visitar japón (sobre todo Okinawa), ya que además me interesa su historia, su cultura, y me gusta su comida. Estudio el idioma, pero no me aplico lo suficiente.
23. Me preocupan muchas cosas y por eso me cuesta dormir a la noche. En esos casos la canción del DNI (ver punto 20), no me ayuda ni un poco.
24. Prácticamente no permito que me saquen fotos. Aunque trato de ser amable al respecto, no me gusta que me insistan.
25. Soy muy mala para todos los deportes.
26. Mi personaje favorito de Friends es Phoebe. Lo gracioso es que podría decirse que yo tengo "mi propia Phoebe". La adoro, pero cuando lea esto me va a matar (¿no es cierto Chou?).
27. Tengo una memoria a-pa-bu-llan-te. Me acuerdo de las cosas con lujo de detalle. Cuánto más irrelevante es la información, más la retengo.
28. No tengo sentido de la orientación ni gran inteligencia lógica, por ende para mí, leer un mapa es como intentar descifrar un jeroglífico.
29. Por diferentes motivos, paso mucho tiempo sola y me gusta hacerlo.
30. A veces hablo como rapera. Sobre todo para comunicar cosas triviales como "yo, brother, se nos acabó el jabón para la ropa ya know what am sayin' . No sé bien como empezó ni por qué lo hago.
32. Si no me controlo, compro compulsivamente las siguientes cosas: Libros. Anotadores lindos. Mantecas de cacao (sobre todo las de Kiehl's, Korres, The body shop o Carmex). 
33. 13 de Julio de 2014: era penal.


Para ver la lista de Mr. Arturi, hacé click acá

miércoles, 25 de junio de 2014

Uno de los malos



Tengo días en los que me quiero morir. En los que abro los ojos y lo primero que pienso es ¿a ésto viene uno al mundo?, ¿a perder de a poco lo que ama?

A veces me sorprende que la gente no me mire horrorizada. Que no pegue un grito y salga corriendo a buscar refugio. Pero no, la gente no se asusta porque aunque a mi me parezca ser transparente, llevo el destrozo por dentro, dónde nadie lo ve: por fuera mi nariz sigue estando en el mismo lugar, sigo comprando naranjas en el súper, o esperando el colectivo en la parada. Ésta es la vida ahora: todo parece igual y sin embargo nada lo es.

Porque nunca volveremos a ser los mismos. 
Porque nunca volveremos a estar completos. 

No tengo ganas de ser poética. Sólo quiero decir que la estoy pasando como el orto. Quiero enojarme con alguien. Quiero echar culpas. Romper cosas. Quiero odiar. Y maldecir. Quiero apagarme para que no me duela más el alma, el cuerpo, la noche, tu silencio.

Pero no tengo derecho, ¿Cómo voy a odiar yo? Yo que estoy aquí. Que estoy sana. Que estoy salva. Que estoy con ellos. ¿Cómo voy a odiar yo si vos amaste con bravura aún en la enfermedad, aún en el dolor?

No quiero saber quién regará tus plantas. Quién vestirá tu ropa. Quién deslizará sus pies desnudos donde vos calzabas tu precioso andar de gitanilla.

Yo me quedo con tu pelo y tu carcajada al viento. Nada más.

Te quiero hoy. Ahora. Todavía.

Te querré siempre. 

























martes, 10 de junio de 2014

Juego de villanos

(No hay peor enemigo para un niño que la hora de la siesta, Jorge Luis Borges)

Entre las cosas que más recuerdo de mi infancia, están los domingos de verano en la casa de mis padres. Sobre todo a esa hora de la tarde en la que las persianas de la casa se entornaban porque el calor no daba tregua, y el mundo parecía hundirse un sopor de silencio. Excepto por las chicharras que chillaban hasta quedar secas y adheridas a la corteza del tilo.

Así era la vida entonces: las hormigas paseaban por los senderos del jardín. Los adúltos hacían lo posible por dormir la siesta, y nosotros, mis hermanos y yo,  hacíamos "remolinos" en la pileta, nos trepábamos a los árboles o comíamos helados Laponia sentados en el banco de madera.

De tanto en tanto, nuestros gritos perturbaban el sueño de los mayores. Entonces mi mamá se acercaba al borde de la pileta envuelta en su deshabillé de verano y nos prometía, en dialecto de sus abuelos, un "schiaffo a cada uno" por molestar a los vecinos.

De más está decir que el temido correctivo nunca llegaba. En tal caso, cuando la cosa pasaba mayores, mi papá aparecía en el porche delantero, todo despeinado y como recién emergido de una caverna, para advertirnos que la cosa iba a terminar mal.

Nunca supe como lo hacían. Pero era como si tuvieran una alarma interna que se les disparaba segundos antes de que nuestros juegos se convirtieran en peleas.

"Basta. Juego de manos, juego de villanos", decían para dar por finalizado el asunto. Pero su tercer ojo no quedó ahí.  En efecto, se extendió a un montón de situaciones a lo largo de mi vida.

Si una determinada "amiguita" no los convencía, la piba terminaba siendo satán. Sí, satán: me robaba las muñecas, me dejaba un ojo negro, o me invitaba a jugar a su casa y no me daba nada de comer.

Si me decían que chico no me convenía, el flaco no tardaba demasiado en arruinarme la vida: hablo de escenas de celos todos los fines de semana o de caer borracho a mi cumpleaños y agarrarse a piñas con algún invitado.

Durante años combatí su don para ver las cosas a lo lejos. Por rebelde o por idiota, me di la cabeza contra la parde las veces que me resultó necesario. Pero en algún momento maduré y aprendí a elegir bien.

Por eso estoy tan caliente hoy: porque me cagué en la sabia enseñanza de hacerle caso al propio instinto. Porque hice oídos sordos a mi voz interior. Porque todavía me cuesta hacer valer ciertas cosas y a veces me embarco en proyectos ajenos en los que pongo todo de mi e indefectiblemente termino por sentirme usada. 

No voy a entrar en detalles, realmente no vale la pena. Bastará con decir que el mundo es verdaderamente un gran juego de villanos. Y que cada vez hay menos gente con códigos en él. Por eso estoy desilusionada.

Por eso y porque ya no hay helados Laponia. 



jueves, 22 de mayo de 2014

Yo, acechadora virtual




Para llevarnos bien, vamos a ponernos de acuerdo en una cosa: yo googleo a todo el mundo. ¿Qué no?, un día googlee a mi Nonna, quién murió prácticamente antes de que internet fuera "a thing¨. Lo hice porque la extraño. Y porque pensé que a lo mejor me encontraba con alguna foto suya en algún archivo. O descubría un familiar perdido en Italia que también nos estuviera buscando. Me imaginé la situación y todo: yo los hubiera contactado. Ellos me hubieran invitado a su casa. Yo hubiese viajado con Señor Hereje.  Ellos nos hubieran esperado en una estación del Piamonte.

- Nipote, sei tu? (¿sobrina, éres tú?).
-Zíi! (¡tíos!), llorando a moco tendido sin saber por qué.
Hubiese sido un re plan de fin de semana. Seguro que nos volvíamos a casa con dos botellas de Pomodori Freschi, y un kilo de harina para polenta.

Pero no. Lo único que encontré cuando cometí la infamia de googlear a mi abuelita muerta, fue su obituario. Me pegó re-mal. Y además me sentí zarpadamente culpable. Como si hubiera transgredido un tabú universal (tipo comerte a una persona cuando no se te cayó un avión en el medio de la cordillera). No me juzguen. Juro que mi Nonna, que era re capa, se reiría a carcajadas si leyera esta historia.

De todos modos, desde entonces soy bastante más cuidadosa con el morbo cuando googleo. Porque el morbo puede contribuir a que hagas cosas muy extrañas. A veces estás re bien, lo suficiente como para reírte del hecho de que la mujer de tu ex tenga mejores tetas que vos, aún cuando ella ya parió 3 pibes (¿se las habrá hecho?). Y a veces estás re mal: como para rastrear a la maestra de quinto grado que te tomó de punto y te la hizo pasar como el orto para aclararle, en una sentida carta que por supuesto te contradice, que la equivocada era ella: al final vos saliste "normal".

Sí. Yo hice ambas cosas. 

El asunto es que si tenés la suerte o el infortunio de cruzarte conmigo, lo más posible sea que cuando te dés vuelta, a mi no me den los deditos para pasarte por la picadora de carne, es decir Google. Mea culpa: no zafa ni el cartero.

Igual les aseguro una cosa: a diferencia de otros, el mío es un "stalkeo" inocente. Si alguna vez entramos en confianza, les cuento un par de cositas que me pasaron... puede que yo sea un "chiquitito disfuncional", pero hay más de uno que es bastante psicópata.

La vieja chota que algún día seré


Cuanto más lo pienso, más segura estoy: no hay manera de que yo envejezca bien. Y no es que me victimice. Simplemente lo reconozco como un hecho. A esta altura, hay cosas que sé sobre mi misma: mido un metro sesenta y cuatro. Casi todos mis lunares están del lado izquierdo de mi cuerpo, como el de abajo del ojo, o el del dedo anular. Además, soy imbatible en la pulseada china (de verdad, es como un superpoder extremadamente inútil, pero lo tengo). Y algún día voy a ser una vieja chota. ¿Ven?, sin dramatismo: ya lo acepté.

Ojo, tampoco me va lo de viejita adorable que teje frente a la tele mirando canal volver. Y no porque no me guste ¿eh?, sino porque me quedaría mal. Como el color marrón. 

Con toda honestidad, si pudiera elegir, me encantaría ser una de esas señoras cancheras que nunca te dicen la edad pero a las que les calculás como mil años. Las que usan fedoras, o flores en el pelo y les encanta estar con gente joven. El tipo de mujer que viajó por todo el mundo y cuyas anécdotas -siempre verídicas- empiezan con frases como: "Una noche, en un tren camino a Nairobi".

Pero no. Me temo que no. Yo creo que voy a ser de esas señoronas orondas que se pasan el rouge por los dientes. Las que se cuelgan toda, pero toda, la bisutería que tienen y te da impresión mirarle las orejas porque los aros, de tan pesados, están a punto de hacerles una carnicería en el lóbulo. Sobre todo los domingos, cuando van a alguna confitería paqueta a tomar café con torta. En la semana no. Seguro andaré como ellas, vestida con un conjuntito tipo twin-set todo manchado con tuco, gritando que alguien me roba las cosas porque no me voy a acordar a dónde las dejé.

Además, voy a tomar gin and tonic. Y Mucho. Y cuando lo haga seguramente salga al supermercado con mi chango con el único motivo de corretear chongos. Los llamaré "querido" o "muchacho", y flamearé un billete al viento para que me alcancen las compras a casa. 

Ah. Eso. Mi casa. Ahí siempre voy a tener las persianas cerradas, alimentos en conserva vencidos, y otro montón de cosas inútiles (como diskettes, o esquíes que no se puedan reparar). Sin embargo a mi me parecerá todo tan maravilloso, que intentaré regalárselo a quienes vengan de visita. Y de algo estoy segura: insistiré.

Pero no se preocupen, que yo pienso pasarla bomba. Al menos hasta el día en el que me asesine mi propia familia. Igual que a Madame D.










martes, 20 de mayo de 2014

Elena y yo






Elena no lo sabe, pero es mi ahijada. En realidad, no lo sabe porque apenas tiene cuatro años, y esa no es edad de andar entendiendo cosas de grandes. A ella le basta con quererme. Y con que yo la quiera. Cuando me ve, Elena corre a mis brazos y pronuncia mi nombre a su manera. O pega saltitos  para que le haga upa. 

Es mi ahijada sin religión. Sin dios ni sacerdote que nos diera el visto bueno. Es mi ahijada porque su mamá quiso que tuviera alguien más con quien hablar cuando creciera. Y nosotras charlamos mucho. No sé bien de qué: a veces subimos a las parecitas de las casas y hacemos equilibrio mientras ella me cuenta cosas de su amigo Gregorio. Otras me pregunta cuándo vamos a ir a darle de comer a los patos.

Elena tiene la cabeza llena de rulos, los ojos grandes como si la hubiera pintado Margaret Keane, y los cachetes colorados como si se los hubiera encendido el sol de Febrero del día en el que nació.

Cuando mi ahijada se ríe, pasan cosas locas: los árboles se ponen más verdes, y la gente abre las jaulas para que los pájaros vuelen a las playas de Turkmenistán. O de Indonesia.

Por eso me gusta estar con ella: porque me vuelvo un poco niña y lo mágico se vuelve un poco cierto. Entonces dejo de sentirme sola. O triste. O lejos.

Lo mejor de todo es que ella me quiere así: sin condiciones. Sin esperar nada de mi. Excepto que la semana que viene vaya a su casa y hagamos galletitas juntas. Al fin y al cabo, yo se lo prometí.