martes, 20 de mayo de 2014

Elena y yo






Elena no lo sabe, pero es mi ahijada. En realidad, no lo sabe porque apenas tiene cuatro años, y esa no es edad de andar entendiendo cosas de grandes. A ella le basta con quererme. Y con que yo la quiera. Cuando me ve, Elena corre a mis brazos y pronuncia mi nombre a su manera. O pega saltitos  para que le haga upa. 

Es mi ahijada sin religión. Sin dios ni sacerdote que nos diera el visto bueno. Es mi ahijada porque su mamá quiso que tuviera alguien más con quien hablar cuando creciera. Y nosotras charlamos mucho. No sé bien de qué: a veces subimos a las parecitas de las casas y hacemos equilibrio mientras ella me cuenta cosas de su amigo Gregorio. Otras me pregunta cuándo vamos a ir a darle de comer a los patos.

Elena tiene la cabeza llena de rulos, los ojos grandes como si la hubiera pintado Margaret Keane, y los cachetes colorados como si se los hubiera encendido el sol de Febrero del día en el que nació.

Cuando mi ahijada se ríe, pasan cosas locas: los árboles se ponen más verdes, y la gente abre las jaulas para que los pájaros vuelen a las playas de Turkmenistán. O de Indonesia.

Por eso me gusta estar con ella: porque me vuelvo un poco niña y lo mágico se vuelve un poco cierto. Entonces dejo de sentirme sola. O triste. O lejos.

Lo mejor de todo es que ella me quiere así: sin condiciones. Sin esperar nada de mi. Excepto que la semana que viene vaya a su casa y hagamos galletitas juntas. Al fin y al cabo, yo se lo prometí.


5 comentarios:

  1. Hola!! Vi el comentario que me dejaste, sory pero sigo sin ubicarte!! jeje
    Mas pistas por favor!!
    Beso grande y gracias x pasar x el blog!!

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  2. Genial Agus... me encantó.. Al final y al cabo te quiere sin prejuicios y sin títulos... que es la mejor manera de querer..

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  3. Leooooooo que linda sorpresaaaaaa leeerte!!!!!! gracias, de verdad!

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  4. Me encantó!! Te lo robo para publicarlo en mi facebook.
    Santiago Feldman

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